Pablo Sebastián Hasta treinta y seis veces ha mencionado Zapatero la palabra España en su discurso de investidura, y la gran mayoría de ellas encabezando sus planes políticos con la frase de “mi idea de España”, lo que constituye un cambio con respecto a su discurso federal de la anterior legislatura, en el que tildó la nación española de discutida y discutible. Semejante españolidad es un gesto pero también una respuesta al mandato electoral de los ciudadanos, que ha castigado especialmente a los nacionalistas.
Lo que se le olvidó subrayar a Rajoy en su discurso moderado del “no” a la investidura del candidato socialista a la Presidencia del Gobierno —quizás más pendiente de su esperada próxima investidura como presidente del PP—, pero que, en definitiva, vino a sugerir Rajoy pidiendo para el PP un trato de privilegio en los grandes pactos de Estado que habrá que establecer con el PSOE en esta legislatura, a la vista de los problemas en presencia, con la economía, el terrorismo, las autonomías y la justicia, cuestiones sobre las que, en principio, tanto Zapatero como Rajoy parecían dispuestos a pactar.
Zapatero se ha llenado la boca con la palabra España, lo que prueba que ha empezado a rectificar errores del pasado que suele mencionar pero nunca describe. Aunque no sabemos si estamos ante una táctica de cambio en las formas, y de castigo a los nacionalistas, porque ahora le niegan su apoyo a la investidura en primera votación, pero no ante una rectificación de fondo, que nos habla de la España de la “diversidad”, en vez de la España plural.
Porque puede ocurrir que, pasada la investidura, el nuevo Gobierno hable más de España mientras recorta las competencias del Estado, algo que se desprende de afirmaciones de Zapatero sobre la reforma del sistema de financiación autonómica —¿en qué sentido?—, de más transferencias en la gestión de impuestos, de agencias tributarias varias, o en la dispersión territorial del poder judicial. Así como de la puesta en marcha de nuevos Estatutos de Autonomía, lo que podría encerrar un guiño al PNV que, en su momento, habría que calibrar, no vaya a ser que la trampa consista en se habla más de España mientras se reducen las competencias del Estado.
Como podría pasar que Zapatero volviera a intentar la negociación con ETA —en el marco del nuevo Estatuto vasco—, aunque descartó esa posibilidad, como también lo hizo, sin decir verdad, tras el atentado de ETA en Barajas. Lo que sirvió a Rajoy para decir que no apoyaría la investidura porque, en su opinión, Zapatero carece de credibilidad, a lo que respondió Zapatero, con sólo parte de razón, que la credibilidad se la ha ganado en las urnas y se la han otorgado los ciudadanos.
Sorprendió que Rajoy no aludiera, en su primera intervención, al cambio de discurso sobre España de Zapatero, que le daba la razón al PP, aunque sólo fuera para que Rajoy —que traía escrito su discurso sin haber escuchado al candidato a la investidura— preguntara a Zapatero cómo piensa compaginar la nueva serie de cesiones al poder autonómico con la afirmación de: “en mi idea de España, nadie tiene más derechos que otro, por nacer en uno u otro lugar”. Lo que contradice el Estatuto catalán y sus pretensiones sobre las balanzas fiscales —que Zapatero prometió hacer públicas en dos meses—, o el “cupo” vasco, o los fueros de Navarra, entre otras cosas. Mejor hubiera sido que Zapatero se comprometiera a garantizar en el territorio nacional la igualdad de derechos de los españoles, con cita expresa a la enseñanza y al uso del idioma español.
Pero eso era mucho pedir al recién converso españolista, como lo debió haber hecho Rajoy en su discurso inicial, que sonó a más de lo mismo, que estuvo falto de propuestas —al menos en la crisis económica— y que recordó a los debates televisados de la campaña electoral, aunque el líder del PP fue más contundente y eficaz en la réplica, donde sí aportó soluciones, y donde se enredó con Zapatero, con versiones contrapuestas, en relación al modelo de “pactos de Estado”. Los que, para Rajoy, deben incluir la primacía del acuerdo entre el PSOE y el PP, y que los demás, si quieren, que se sumen y aporten algo al acuerdo bipolar inicial. Mientras Zapatero, reconociendo la “responsabilidad” de los grandes partidos en estos pactos, reclamaba el modelo del pacto constitucional que integró, a la vez y al mismo tiempo, a fuerzas nacionalistas y otras minorías, citando en este caso a CiU e IU.
En todo caso, el tono de Zapatero y de Rajoy quedó lejos de las tensiones de anteriores debates, Zapatero conforme con su victoria en las elecciones —pidiendo calma al líder de la oposición—, y Rajoy consciente de su derrota y de la movida interna de su partido, que ha seguido hoy, a favor del liderazgo de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid. Y a la que se refirió Zapatero, maliciosamente, por causa de una interrupción de Arias Cañete. El diputado del PP al que advirtió el presidente Bono, que tuvo un control exquisito del debate, y al que respondió el candidato a la presidencia para decirle que comprendía que, en los bancos del PP, había muchos con ganas de protagonizar con él este debate de investidura.
Naturalmente, la mayor divergencia entre Zapatero y Rajoy estuvo en el capítulo de la economía, que será tema estelar de la legislatura. Zapatero se niega a hablar de crisis, insiste en la desaceleración, en causas exteriores y en que España está mejor preparada que otros países para afrontar un bajón que el dirigente socialista considera superable a mediados de la legislatura. Por el contrario, Rajoy subrayó la gravedad del momento, recordándole a Zapatero que ha perdido muchos meses sin tomar medidas, y que no cree, por el déficit exterior y la peculiar crisis española de la construcción, que España esté mejor que otros. El tiempo dirá quién lleva la razón. Zapatero propuso una serie de medidas urgentes con gasto público y ayudas sociales, mientras Rajoy pidió la bajada de impuestos para empresas y aligerar las cargas familiares.
La crisis de la Justicia y de sus órganos de gestión se anunció como otro de los terrenos de batalla política, al igual que la educación pero ni Zapatero ni Rajoy entraron en detalles, aunque ambos hablaron de predisposición al pacto, como en el terrorismo y en materia autonómica, si bien todo está por ver por más que Zapatero esta vez hablara con insistencia de su idea de España, quizás como consecuencia del mandato electoral que castigó a los nacionalistas, y que le otorgó la victoria, entre otras cosas, por causa de los notorios errores del PP.