Rajoy y Esperanza, ¡menudos demócratas!
Enric Sopena
El duelo entre Esperanza Aguirre y Mariano Rajoy va subiendo de temperatura. La situación se enrarece y se endurece, y puede llegar a extremos de riesgo para el porvenir del Partido Popular. Francisco Álvarez Cascos, legendario ex hombre fuerte de Génova 13, continúa lanzando avisos a navegantes. El antaño todopoderoso Cascos ha abandonado el mutismo y se ha apuntado de hecho al equipo de Aguirre.
Acaba de advertir que “la UCD se rompió por las baronías y no debemos olvidarlo nunca”. El feroz ataque del PP madrileño contra el PP andaluz no tiene precedentes. Aguirre le ha dado una furibunda patada a Rajoy en el culo de Javier Arenas. Se encienden todas las alarmas. Aguirre incita a la sublevación a las bases del PP de Andalucía.
El precedente de UCD revolotea, pues, sobre un PP resquebrajado y con una militancia que –si fuera consultada con criterios democráticos- otorgaría mayoritariamente su voto a Aguirre. Por eso la lideresa –que está exhibiendo contra Rajoy una persistente estrategia de acoso y derribo- dejó caer en Onda Cero una maldad dialéctica, aunque, por otra parte, acertada. Insinuó que los socialistas prefieren a Rajoy y no a ella. El Mundo descifraba las verdaderas razones de tal preferencia: “Los socialistas ya le han ganado a Rajoy dos elecciones y no le consideran un candidato muy temible”.
El problema de Aguirre es que las bases no están representadas en el Congreso, de modo que tan magna asamblea puede transformarse en un más o menos trucado juego de salón, sólo al alcance de los barones. Esta otra andanada de Cascos también es de grueso calado: “Hay demasiada gente en el PP hablando en voz baja porque no se atreven a decir en alto lo que piensan, y esto no es bueno”.
Circulan, por lo demás, versiones fundamentadas que apuntan a procedimientos tramposos o irregulares –en el argot político, pucherazos-, con el fin de proteger a Rajoy, conforme ha narrado nuestro colaborador Jesús Cascón, director de bejarnoticias.com, en una de sus documentadas crónicas para El Plural sobre lo que le está pasando al PP. O lo que le puede pasar, tal como están las cosas.
“A la presidenta se le ve estos días resplandeciente. Es evidente que está tentada por el sí”, apunta José Antonio Vera en La Razón. No le queda más remedio, a pesar de que los condicionamientos estructurales del PP no le sean favorables. Confía, sin embargo, Aguirre en que la marea del cambio –que consiste fundamentalmente en que se vaya un perdedor para que entre una presunta vencedora- sea de tal calibre que no se pueda frenar ni con un impresionante dique.
Mientras, en el PP todos escudriñan con atención máxima el silencio de José María Aznar. El hecho de que el padrino de Rajoy no haya salido aún en defensa de su pupilo es en sí mismo elocuente. La autoridad de Aznar sigue siendo muy grande entre sus fieles, que son cerca de un millón de personas. Son gente en estos momentos sumida en el pesimismo. Son gente que quiere romper esa sensación de hundimiento sacando al terreno de juego una candidata que insufle moral a la tropa y que devuelva la confianza perdida la noche del 9 de marzo.
En todo caso, el actual y decisivo proceso congresual está poniendo de relieve que el PP –por mucho que sus dirigentes, incluida Aguirre, nieguen la mayor- no es un partido democrático. Es escasamente democrático. Son los notables los que cortan el bacalao y no sus militantes. La selección de líderes ha sido hecha –con la excepción de Antonio Hernández Mancha- de arriba abajo.
Ha sido siempre el dedo, en primer término, de Manuel Fraga Iribarne y, luego, el de Aznar el que ha procedido a la designación de los mandamases. Rajoy intenta hacer algo igual -ahora consigo mismo-, aunque busque apariencias pseudo democráticas para amortiguar tamaño espectáculo.
Cuando en un colectivo tan amplio como el que integra el PP hay –según Cascos- “demasiada gente” que no se atreve a “decir en alto lo que piensa”, eso significa que abunda el miedo. Y el miedo es propio de los regímenes autocráticos. No de las democracias. ¿Por qué ni Rajoy ni tampoco Aguirre abren la boca para denunciar esta situación autoritaria en el interior del PP? Aguirre quizá lo haga porque le interesa. Rajoy, no, porque no le interesa. ¡Menudos demócratas ambos!