Fernando IWASAKI
He decidido apoyar la iniciativa promovida por Fernando Savater, porque considero que sus principales señas de identidad son la sensatez, el conocimiento y la decencia. Y aunque en España no existe un debate ideológico, en este momento urgen propuestas más razonables que ideológicas. Así, teniendo en cuenta lo que están haciendo desde el gobierno y lo que dejaron de hacer cuando gobernaron, ninguno de los dos grandes partidos nacionales parece estar en condiciones de plantear una reforma radical de la ley electoral o de restaurar las competencias del Estado en materia de Educación.
Estoy de acuerdo con reformar la ley electoral para evitar que los votos de unos individuos que apenas llenan un campo de fútbol sigan condicionando la política nacional; estoy de acuerdo con la convocatoria de una segunda vuelta electoral que impida los pasteleos parlamentarios, y estoy de acuerdo con la existencia de listas abiertas y votos preferenciales que nos permitan a los ciudadanos elegir directamente a nuestros representantes. ¿Por qué se rompió el consenso en la lucha contra el terrorismo? Entre otras cosas, quizás porque no existían las condiciones reivindicadas en las líneas anteriores.
Por otro lado, me alarma la deplorable situación de nuestra Educación, que ha dejado de ser competitiva a nivel europeo y que malvive erosionada por la indisciplina, la mediocridad y la violencia. ¿Por qué cuando se habla de Educación, los grandes partidos siempre lo hacen o en clave confesional o en clave autonómica? Tal vez porque no les interesa el conocimiento y así se explica que asignaturas como Religión y Educación para la Ciudadanía les preocupen mucho más que las ciencias, los idiomas y las humanidades. Por eso decidí afiliarme a UPD, porque también estoy a favor de devolverle al Estado las competencias en materia de Educación, restaurar la autoridad de los maestros, combatir la indisciplina y entronizar la excelencia.
A estas alturas de mi vida -es decir, con tantas cosas vistas, leídas y vividas- nadie podrá convencerme de que la militancia en un partido, la creencia en determinada religión o la asunción de cierta identidad nacional, garantiza la excelencia de los individuos. ¿A qué Dios rezan los pederastas? ¿A qué partidos votan los maltratadores? ¿A qué patria traicionan los corruptos? Ninguna persona es mejor que otra por su nacionalidad, su religión o su ideología, porque lo que realmente hace a unos mejores que otros no es la solidaridad sino la generosidad, no es la tolerancia sino el respeto y no es la corrección religiosa o política sino la decencia. Siempre he reconocido estos valores en Fernando Savater y sé que apoyando la opción que él representa no me voy a sentir avergonzado jamás, porque los que nos avergüenzan nunca son quienes no piensan como nosotros, sino los que supuestamente piensan como uno.
Por último, saber que no existe la obligación de ganar me hace sentir que estoy ante un partido de caballeros, porque aprendí de Borges que los caballeros siempre defienden las causas perdidas.