Luis del Val
El primer problema que se plantea al anunciar que se van a dar pisos a los que ganen menos de 3.000 euros al mes, es que hay una gran cantidad de gente que pierde la inocencia y comprueba que debe haber muchos otros ciudadanos que ganen más de ese dinero, sin que ellos hubieran tenido pruebas fehacientes. Sin embargo, no cabe duda de que vamos camino de la sociedad ideal.
Sólo falta que se garantice un puesto de trabajo a todos los que vivan en la comunidad andaluza para que, después de caer el muro de Berlín, volvamos por el camino recto del socialismo real, donde, desde el momento de nacer, todo es gratis: los estudios, la vivienda, e incluso está garantizado el puesto de trabajo.
No sé cómo no se nos había ocurrido antes, y no me explico, con estas ventajas evidentes del paraíso comunista la razón por la que las orquestas sinfónicas, después de una gira por el terrible capitalismo, regresaban convertidas en un cuarteto de cuerda. Porque la idea es buena, aunque como Pedro Solbes ha advertido que no se debe extender, ahora va a existir el efecto llamada, pero de sentido interno. ¿Qué manchego, qué extremeño, sin un piso-chollo, no querrá empadronarse en Andalucía? Incluso un gallego, a pesar del problema que pueden tener los hijos menores de tres años de no aprenderse el himno gallego, estando en una guardería de Sevilla o de Jaén.
Casi hemos garantizado el título universitario a todo joven español que se quite la pereza de ir a matricularse, aunque luego no aparezca por las clases, y eso es carísimo, en sueldos de profesores y catedráticos, pero esto de los pisos es un órdago de los de quitarse el sombrero. ¿Cómo no se le habrá ocurrido esta fórmula a ningún partido socialista europeo, ni siquiera a los suecos, con lo avanzados que son y los años que llevan gobernando? Por falta de imaginación. Y es que, en lo que a la imaginación se refiere, el sur siempre nos ha dado lecciones.