Vuelta a la norrmalidad

Ya sea por agotamiento de los temas de la crispación -los disparates del PP contra la política antiterrorista del Gobierno, la volatilización de los inventos del 11-M, la constatación de que España ni se rompe ni se vende-, ya sea por el agotamiento mismo de los crispadores -el primer partido de la oposición, la infantería mediática de ultraderecha que viene alimentando las fauces de la España anormal-, el caso es que el panorama ha comenzado a ser otro y las portadas de los periódicos se llenan con otros problemas. Con ello no quiero decir que hayamos entrado en Jauja, como parece desprenderse de las exageradas y triunfales declaraciones de Zapatero de este viernes, ni que de pronto los males de este país hayan desaparecido. No. Lo que quiero decir es que ahora son los problemas reales y los males tangibles los que aparecen en la superficie, durante meses sepultados bajo la cultura de la gran crispación.

Supongo que eso es muy malo para el PP, pero imagino que Rajoy y compañía lo darán por bien empleado si contribuye a normalizar la vida pública española y nos permite a todos ocuparnos de lo que de verdad sucede. Este proceso de normalización se aceleró a partir del debate sobre el estado de la nación. Ahora nos preocupamos con temas que nada tienen que ver con la España de la crispación, como es el caso de los polémicos 2.500 euros por niño nacido, el apagón de Barcelona, la detención de «El Solitario», de veinte etarras y del espía que vendió informaciones valiosas a Rusia durante el Gobierno Aznar, las increíbles decisiones judiciales sobre la mujer a la que dejan sin la custodia de sus hijas por ser lesbiana o sobre el secuestro de la revista «El Jueves», el excitante debate interno del PNV entre las líneas pragmática y soberanista, el plante de Zapatero a los obispos por la asignatura de Educación para la Ciudadanía, la dimisión de Josep Piqué en la presidencia del PP catalán… Eso es la España real. ¿Durará?